Permíteme que no me ría

“Lo siento, pero no me hace gracia”. Esta empieza a ser una respuesta común ante determinados chistes homófobos, racistas y machistas que persisten a día de hoy. Se trata de un tipo de humor que cada vez es peor recibido por la gran mayoría del público, ya que vulnera valores como el respeto, la tolerancia, o la igualdad. En este sentido, el conocido humorista Arévalo ha sido recientemente noticia por unas controvertidas declaraciones realizadas en el programa de Cuatro, Dani&Flo. Allí comentó, con cierta indignación, que no comprendía por qué “un mariquita se puede ofender con un chiste”. Verá usted, la respuesta es muy sencilla: por un lado, la etiqueta de “mariquita” ya es de por sí ofensiva, puesto que la está utilizando con una connotación despectiva hacía el colectivo homosexual. Por otro lado, este tipo de “chiste” atenta directamente contra la identidad de género y la orientación sexual de las personas, lo cual genera inevitablemente un malestar entre los individuos que se sienten agraviados.

La sociedad avanza y progresa, por lo que este tipo de humor ha dejado de tener cabida en nuestras pantallas. En la actualidad, sería inaceptable emitir sketches como la de Mi marido me pega o Maricón de España realizadas por el dúo Martes y Trece en los noventa. Del mismo modo, cómicos como Bertín Osborne o Arévalo han perdido fuelle televisivo, puesto que los chistes sobre el papel de la mujer en el hogar, los gays o los negros han dejado de hacer gracia y ha pasado de moda. En otros tiempos, sus bromas tuvieron cierto calado en la sociedad, y sirvieron para construir y reforzar determinados estigmas y estereotipos. De acuerdo con el escritor Andrés Barba, “el humor es siempre el termómetro de la conciencia social y ha evolucionado moralmente de tal manera que ya no son oportunos. Es maravilloso que no nos riamos ya con Mi marido me pega, porque el haber entendido ciertas cosas como sociedad ha provocado que se desarticule lo que nos hacía gracia”.

No obstante, a pesar de que este humor es cada vez peor visto, continúa haciendo gracia en entornos homogéneos en los que todos comparten este tipo de mensaje opresivo e intransigente. Ahora bien, la cosa cambia en contextos hetereogéneos en los que las personas que disienten con dichas ideas retrógradas se sienten ofendidas y alzan sus voces para decir, muy educadamente: “lo siento, pero no me hace gracia”. Compartimos la idea del artículo De chistes sin gracia alguna que dice que “los chistes son graciosos generalmente porque se fundamentan en un conflicto. Si somos parte de él y nos reímos de nosotros mismos, resultan muy liberadores. El problema se genera cuando quien cuenta el chiste pertenece a la parte que sale airosa de un conflicto y lo hace ante quienes pierden.